Natanz, 16 octubre. 00:23

Recién llegado del breve Tarawih, Arash pasó directamente por la tetera y se sirvió una generosa taza antes de sentarse delante del cuadro de mandos.

La noche se anticipaba tranquila aunque en las últimas semanas habían tenido diversos incidentes de nivel 2 con los equipos de la sala norte. No terminaba de comprender por qué había fallado la número 48 hacía apenas unos días. Tuvo suerte y no fue en su turno pero el revuelo alcanzó a todos los responsables de área y se comentaba que el supervisor había sido llamado a Teherán para una reevaluación. No se había sabido nada más de él aunque no era el primero que cambiaba apresuradamente de destino después de un incidente, ni sería el último.

Diversas máquinas habían tenido paradas inusuales recientemente. No se podía olvidar que eran de una serie nueva y todos los cambios suelen traer aparejados el empeoramiento de los parámetros de calidad. Un occidental poco avisado lo hubiera llamado “casualidad” pero Arash sabía que eso no existe. Ni sus creencias religiosas ni su formación en ingeniería le hacían candidato a fiarse de la Fortuna. Para todo había un Cuándo, un Porqué y un Cómo, aunque sólo fuera por la voluntad de Alá.

La física no se prestaba a las razones supersticiosas, lo cual hacía que entre los miembros de los equipos operativos de la planta se hubiera extendido un cierto pesimismo durante los días pasados. No había razones objetivas para tanto siniestro, si bien por el momento no había ocurrido nada realmente digno de mención que preocupara a los directores.

Aunque él no llegaba al nivel casi obsesivo del oficial de seguridad interna en su pasillo. Es cierto que aquél era responsable máximo en esa sección del complejo y sus colegas y superiores, como él mismo, tendían a ver conspiraciones judías por todas partes.

A Arash todo el asunto le producía una leve sensación de intranquilidad, que no le dejaba trabajar con fluidez pero que no era suficiente para alarmarle y ver fantasmas detrás de cada puerta.

De repente uno de los sensores de la número 73 saltó a la zona amarilla y un leve pitido del ordenador le sacó de sus pensamientos. Nada grave. En unos instantes, todo volvió a la verde tranquilidad.

Pensó que se centraría más en la tarea si comenzaba los protocolos  de revisión un poco antes. Siempre podría entretenerse más tarde con los cálculos que le había pedido su jefe hacía casi diez días. Comenzó por la número 62 y revisó el histórico de velocidades medias, desviaciones,… hasta donde era capaz de ver en la pantalla, no había tenido nada fuera de los normal en semanas. Lo mismo pudo verificar para la 63, la 64,… La 65 sí tenía algún pico inestable pero la pauta parecía clara: Solía ser después de cada ciclo largo. Además era una de las más viejas y ya habían salido dudas en las reuniones de supervisión con máquinas similares de la sección Sur. Pensó que lo anotaría en el parte semanal de incidencias para mejora.

Apenas 15 minutos después había terminado con todas las centrifugadoras que tenía asignadas ese día y se sintió más confiado. Era el momento de revisar los cálculos de cavitación que tanta pereza le daban. Comprendía la necesidad de revisarlos una y otra vez, pero si contaran con uno de esos ordenadores de nueva generación, no sería necesario perder el tiempo en los cálculos manuales. Arash no era consciente de lo que había tenido que sufrir el equipo de suministros tecnológicos de la Dirección de Información para conseguir una remesa de ordenadores decentes el pasado verano. Las restricciones americanas se habían vuelto una pesadilla duradera que cada vez provocaba más dolores de cabeza en los equipos de mantenimiento y desarrollo del Programa.

De repente oyó un ruido inusual. Se extrañó muchísimo. La mampara acorazada no debería dejar pasar casi nada de lo que ocurría en la sala de operación por lo que el silbido que le llegó a los oídos procedente de su izquierda debería ser un fragor considerable entre las máquinas si estaba traspasando los cristales. Después del desconcierto inicial y gracias a su entrenamiento, lanzó un vistazo rápido a los indicadores. Todos aparecían claramente centrados en la zona verde y nada en los instrumentos le daba razón del extraño ruido que percibía claramente venir de la sala y que se estaba volviendo agudísimo y molesto por momentos. 

El sentido común le hizo mirar al botón de parada de emergencia pero un breve instante de reflexión le disuadió. Ya llevaban bastante retraso este mes. Si forzaba la instalación con una parada de emergencia,… tendría que dar muchas explicaciones y habría gente importante muy descontenta. Además su conocimiento le decía que la explicación más lógica era tan improbable y terrorífica que mejor no ponerse en lo peor,… de momento.

Saltó del sillón y rodeando la consola principal se asomó a la nave para tratar de descartar con la vista lo que el oído le gritaba y lo que los sensores negaban.

Conmocionado contempló una tenue niebla fosforescente con reflejos entre el verde y el azul. Cubría toda la zona más alejada de la nave y se acercaba a toda velocidad hacia donde él se encontraba. Ya llenaba casi la mitad del espacio disponible. Su instinto corrió mil veces más que su mente y le dijo que, con total seguridad, estaría muerto en muy pocos días. Con un espasmo de terror oyó el leve chasquido que produjo la microscópica fisura al producirse en la esquina inferior del marco de seguridad de titanio que se unía con el cristal acorazado apenas a un metro de distancia. Un instante más tarde, mientras corría hacia el armario de los trajes NBQ sus maltrechos oídos sufrieron un poco más a causa de la estrepitosa alarma mientras el mobiliario de la sala quedó teñido del rojo parpadeante de los rotativos de emergencia.

En total tardó menos de 8 segundos desde que se escuchó el chasquido hasta que aseguró los cierres del traje,… pero llegó 7 segundos tarde.